México es un país de contrastes: al mismo tiempo que posee una enorme riqueza natural y cultural, y que alberga a algunos de los hombres más ricos de Latinoamérica, su población es mayoritariamente pobre.

El crecimiento del PIB per cápita de nuestra economía ha rebasado el 26% en los últimos 20 años. Sin embargo, los niveles de pobreza no se han reducido. México, como el resto de Latinoamérica, tiene un grave problema: La diferencia en la distribución del ingreso es abismal y los políticos de siempre se hacen de la vista gorda ante el fracaso de sus políticas sociales de disminución de la pobreza.

El problema no es que algunos ganen mucho, sino que hay muchos que ganan muy poco: a 1 de cada 2 trabajadores mexicanos no les alcanza para comer; el precio de la canasta básica ha aumentado 3 veces más que el salario mínimo en los últimos 3 años; México es el segundo país en América Latina con más multimillonarios y con más desigualdad.

Esto no es producto de la casualidad: la fortuna de los 4 hombres más ricos de México es consecuencia directa de la privatización, concesión y falta de regulación del sector público: la desigualdad es el resultado de decisiones políticas, no sólo del comportamiento del mercado.

Ante la falta de un estado que garantice la igualdad de oportunidades, la brecha de la desigualdad sigue creciendo y la posibilidad de que a un mexicano le toque la otra cara de la moneda, la que garantiza una vida digna, se vuelve cada vez más difícil.