SOS

N.L.| 13 feb. 2015

SOS es la señal de socorro internacional. Es un llamado urgente de auxilio, corto y efectivo, que no se presta a segundas interpretaciones.

El domingo pasado vimos cómo en la Explanada de los Héroes los asistentes a la primera protesta pública contra el proyecto Monterrey VI formaron las letras que conforman este código de rescate. Gracias a una imagen área el mensaje logró ser enviado, pero la pregunta obligada es ¿a quién pidieron auxilio? O más bien, ¿quién tendría que salir a su rescate?

Quien tendría la capacidad de coordinar nuestro salvamento, usando todos los medios públicos existentes, es quien nos lanza al desfiladero.

Es un escenario crítico no sólo porque en nuestra lucha por la sobrevivencia nos enfrentamos a quien tiene el monopolio de la fuerza, sino porque refleja una problemática todavía mayor: estamos sin autoridades.

Esto nos arroja a una anarquía no decidida ni mucho menos conquistada por el principio "ni Dios, ni Amo", sino a una gobernanza peligrosa, oculta detrás de la teatralidad democrática.

Parece que hay Alcalde, Policía, sistema de salud, pero lo que queda es más bien una representación de su deliberada "ausencia".

En esta dramatización política, ya lo había dicho el politólogo alemán Carl Friedrich en 1956, la autoridad es una cualidad comunicativa, no de las personas. Es decir, ya no tenemos a autoridades gobernando, sino a estrategias de comunicación operando.

Así, importa mucho más cómo se dice que qué se dice.

Si bien esto ha venido a romper el monopolio de la autoridad (concentrado en Gobiernos, élites económicas, Iglesias, hoy francamente desprestigiados), a su vez ha generado una nueva competencia por ganar la atención en la cual, hoy por hoy, lo que importa es entretener.

Aunque la inteligencia siempre será seductora y la palabra dicha con honor seguirá golpeando nuestra nostalgia, comunicar nuestros desacuerdos nunca ha sido fácil.

Existe un techo de cristal para las oposiciones. Ya no basta ni la creatividad ni la preparación, se necesitan recursos materiales para competir por la atención "del respetable".

Por más argumentos que se tengan en contra del proyecto Monterrey VI, la única forma de detenerlo es elevando su costo político y esto sólo se conseguiría amplificando la indignación.

La lucha, de hecho, ya no es por tener o no la razón. Es una guerra de seducción de públicos en la que los adversarios nunca están en igualdad de condiciones.

Mientras que las oposiciones al Monterrey VI se dividen voluntariamente las tareas de difusión en redes sociales, el Gobierno del Estado y sus socios, promotores del proyecto, cuentan con toda una maquinaria de respaldo, en la cual por cierto ha sorprendido la militancia del Arquitecto Benavides.

Esto revela una nueva tensión política entre los intereses sobrerrepresentados de una élite y sus oposiciones.

La misma realidad la podemos llevar a otras escalas: las candidaturas que triunfen en las próximas elecciones no serán las mejor intencionadas, ni las menos peores, sino las que derrochen más, las que exhiban mayor poder. Para hacer una heroica campaña se necesitan ganas, pero para ganar basta con tener suficiente dinero. Sí, las elecciones son lo menos democrático que existe.

Esta inequidad bastaría para que los candidatos ciudadanos y sus seguidores se unieran en un boicot contra unas elecciones falsas -con ganadores establecidos-, pero qué ironía, ¡están ilusionados con las campañas! Si no son perversos, que los hay, son víctimas de la seducción de la teatralidad democrática.

Así, el mensaje de SOS que se envió desde la Explanada de los Héroes el domingo pasado fue un mensaje al aire, una llamada desesperada: ¡estamos en una emergencia y no logramos comunicarla!

La duda es si no llega el mensaje al resto o si, más bien, no escuchamos la escalofriante respuesta: ¡SOS, estamos en las mismas!

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