2014/2015 - Carmen Aristegui
Al terminar el año se agolpan, en la memoria, los sucesos que marcaron uno de los periodos de más alto impacto para México en las últimas décadas.
Fue un año de brutales contrastes. De consumación de reformas cuyo verdadero alcance aún está por conocerse y de acontecimientos que indignaron y sacudieron la conciencia y el alma de los mexicanos. Pasamos de las reformas estructurales a la caída en los precios del petróleo y la depreciación del peso frente al dólar. De Ayotzinapa y Tlatlaya a los escándalos de la "Casa Blanca". De sacudida en sacudida, corrió el año que termina.
El caso de los jóvenes estudiantes desa- parecidos en Guerrero y el de los ejecutados por militares en el Estado de México representan las peores cosas que pueden ocurrirle a un país en materia de crimen y violación masiva a los derechos humanos. Tenemos aquí, un antes y un después.
La reforma energética no solo puso fin a 76 años de un modelo de explotación nacional, sino que dinamitó, también, el paradigma identitario de la soberanía plena sobre el petróleo nacional y otros significados. ¿Cuáles van a ser los nuevos símbolos que cohesionen a la sociedad mexicana?
La Reforma en Telecomunicaciones, presentada como punta de lanza para desmontar poderes fácticos de la televisión y las telecomunicaciones, fue puesta en marcha y aún está por verse si derivará -como se dijo- en competencia y pluralismo o resultará en más de lo mismo, haciendo más grandes y poderosos a los que ya lo eran.
Lo sucedido en Iguala con el ataque de policías en contra de los estudiantes descuadró, completamente, el panorama nacional. La historia desató una ola nacional e internacional de indignación y solidaridad que cambió dramáticamente la realidad y percepción que sobre México se tenía.
Ayotzinapa obligó a cambiar la narrativa oficial. La promesa hoy es que se harán cambios para combatir la impunidad y restablecer el Estado de derecho. Nada funcionará si no empiezan por lo elemental: clarificar -hablando con verdad- los conflictos de interés, actos de corrupción y/o abusos de poder que han permitido el enriquecimiento personal y los beneficios propios y de los cercanos -a costillas del servicio público- entre quienes ocupan hoy los más altos niveles de responsabilidad.
2014 fue el año en que miles de ciudadanos salieron a las calles para decirse a sí mismos y a los gobernantes que la violencia, la corrupción y la impunidad han llegado a su tope y que es tiempo de poner punto final.
Peña Nieto ha sufrido, en las encuestas, una de las más grandes caídas que se recuerde apenas al segundo año de gobierno. Miles exigieron, desde la plaza pública, abiertamente, su renuncia. Hasta el momento, no ha habido acuse de recibo a esas expresiones.
Plumas y voces, normalmente cautelosas, abrieron fuego hacia la clase política. En 2014, se afiló el sentido de la crítica. El gobierno, a la defensiva, ha dicho, sin precisar, que se trata de la acción de quienes se han visto afectados por las reformas.
La prensa internacional jugó un papel relevante en este periodo que culmina. Reportajes y artículos de opinión, con una perspectiva crítica, en medios nacionales e internacionales, alimentaron a una sociedad que no sólo salió a las calles, sino que elevó sus niveles de exigencia.
La sociedad mexicana se manifestó de muy diversas maneras: en decenas de marchas multitudinarias en todo el país, en manifestaciones desde el extranjero, desde las artes, en las escuelas, en las tertulias de amigos y familiares y de manera intensiva, desde las redes. El clamor de un ¡ya basta! se escuchó como no se tenía registro en México desde hace muchos años. Fue por las graves cosas que sucedieron en el año que termina pero fue, también, por los agravios acumulados.
Hoy, para cerrar el año, queda abierta la gran pregunta, sobre si lo ocurrido en 2014 quedará como catarsis o mero desfogue de una sociedad o esto será principio de lo que sigue: el punto de inflexión que este país requiere.
Queda en manos de la sociedad mexicana, gran protagonista de este 2014, que su presencia en las calles y fuera de ellas, sea definitiva. Que lo ocurrido en su parte luminosa sea preámbulo de cosas mayores. Lo indispensable para iniciar una ruta de cambios verdaderos, que le permitan al país rescatar el sentido amplio de la política, apostar por los valores democráticos y no ceder, ni un ápice, en el ejercicio de nuestras libertades.